jueves, marzo 12, 2009

Elementales II

La creciente oscuridad le hacía cada vez más difícil seguir al gnomo a través del pastizal. Sólo podía guiarse por los sonidos y por el movimiento de los largos pastos. Justo cuando empezó a preguntarse si el gnomo sabría lo que estaba haciendo, fue sorprendido por un abrupto sacudón. Había alcanzado un punto en el que la vegetación daba paso a un barranco de cerca de tres metros, con una pendiente nada desdeñable. Rodó por ella sin ninguna restricción. Se incorporó con lentitud, mientras agudos dolores le arrancaban igualmente agudos quejidos. El gnomo, entre risas, le dijo:
- ¡Llegamos! bienvenido a Pliconio, casa de farabudíes y astanimactas. Y claro, fantásticos gnomos como yo. Vamos, te muestro dónde vive Migápoda así hablás con él.
- Bueno, gracias. ¿Quién es Migápoda? ¿otro gnomo?
Riendo nuevamente, el gnomo le contestó:
- No, no. Para nada. Esperá, ya lo vas a conocer.
Pliconio era escencialmente una pequeña aldea de casitas de paja. Varios fogones, ubicados en plazoletas formadas por claros entre las casas, ahuyentaban la oscuridad de la recién caída noche. Las chozas variaban bastante en tamaño, aunque todas conservaban una forma vagamente circular. De algunas de ellas surgían rostros llenos de curiosidad, algunos parecidos al del gnomo, otros más extraños.
- Bueno, llegamos- dijo el gnomo.
- ¿Acá es?
Se hallaban parados en una de las pequeñas plazoletas, en la cual sólo destacaba un fogón y un par de transeúntes, tal vez farabudíes, tal vez astanimactas, que al pasar miraban disimuladamente al dispar equipo.
- Si. Esperá un ratito, que enseguida sale.
El gnomo dio media vuelta y emprendió la marcha.
- ¡Esperá! todavía no te dí las gracias por ayudarme. ¡Ni siquiera sé tu nombre!
Mirando por sobre su hombro y saludando apenas con una mano, el gnomo dijo:
- No hay problema, mi nombre es Glohkpf, ¡hasta luego!
- ¡Muchas gracias... eh... Glof! Yo me llamo...
- No me interesa, gracias- le contestó el gnomo a la distancia, ya perdiéndose entre las casitas.
Se sentó en el suelo, cansado, y cada vez más habituado a la sensación de desconcierto que le provocaba todo en este lugar. Apoyó la cabeza en el suelo, recostándose de lado y perdiendo la mirada en las llamas de una fogata. Pasaron varios minutos, durante los cuales retomó las preguntas que lo perseguían desde que tomó el primer tren. ¿Qué es este lugar? ¿estoy acá por una razón? ¿por qué no pude volver a casa con mi respuesta y listo?.
Una nube de polvo lo sacó de su ensoñación. El suelo comenzó a vibrar a unos centímetros de donde estaba su cabeza, haciéndolo retroceder alarmado. De la creciente polvareda empezaron a asomar retorcidas raíces, y objetos semejantes a rocas. La vibración cesó, y cuando el polvo se disipó un poco, pudo ver una pila de tierra, piedras y raíces de unos dos metros de ancho, y no más de medio de alto. Con cautela se acercó a examinar la pila, que había surgido sin previo aviso del mismo suelo. Grande fue su sorpresa cuando se abrió un hueco en la misma, que dejó escapar una áspera voz:
- Buenas noches viajero
Cayendo sentado por el sobresalto, alcanzó a responder trémulamente:
- Hola... ¿Migápoda?
- El mismo. Soy el administrador de esta región, te doy la bienvenida. Escuché que estás perdido.
- S... sí. Vine de la realidad. En tren. Y cuando estaba volviendo a casa el tren se averió y, bueno, terminé aquí.
- Supongo que querés saber cómo volver a la realidad
- Si fueras tan amable...
Migápoda suspiró un suspiro de polvo.
- No va a ser tan sencillo, me temo.
- ¿No?- preguntó con verdadera preocupación
- Es un asunto complejo. Hubo una época en la que era más fácil, pero bueno, no es casual que hoy en día el tren esté en tan mal estado.
- ¿Cómo es eso?
- El tren casi no se utiliza. Ya nadie viene a la irrealidad. De hecho, no me sorprendería que fueses el último.
- ¿Qué?
- Si, hace bastante que circula el rumor de la decomisión de FFII.
- ¿Perdón?
- Ferrocarriles Interrealitarios.
- Ah
- La gente de la realidad ya no visita estos lugares. Están muy preocupados con sus cosas de allá. Nunca fueron grandes turistas, pero últimamente parece que se hubiesen olvidado del todo de nosotros.
- ¿Y por qué querrían venir? Es decir, ¿qué hay acá?
- ¿Vos por qué viniste?
- Viene a hacer una consulta a la Oficina de Informaciones Varias. Pero no sabía mucho de la irrealidad.
- ¿Y cómo llegaste entonces?
- Bueno, a mí me explicó mi abuelo. Me dijo dónde se tomaba el tren. Me dijo que tenía que esperar. Yo necesitaba una respuesta y esperé. Finalmente el tren vino, y bueno, el resto ya lo sabés.
- Ahh, se ve que tu abuelo es uno de los pocos que todavía se acuerdan. ¿Y no te contó nada más de la irrealidad?
- Bueno- dijo con el rostro ensombrecido por la tristeza- en realidad no me lo contó en persona. Lo encontré en unos escritos que dejó. Él falleció hace varios años.
- Ya veo, ya veo. La irrealidad... no sé como explicarte. La irrealidad es tan real como irreal es la realidad.
- ...
- Ehm, a ver... Todo lo que ves aquí son los bastidores de la realidad.
- Ustedes... ¿dan forma a nuestro mundo?
- No exactamente. Nosotros... orquestamos algunas cosas. Dirigimos, movemos, controlamos, ayudamos. Digamos que trabajamos para que algunas cosas de su mundo sean como son.
- ¡Ah, ya se! como el cosechador de inconformidades, ¿no?.
- Claro, los cosechadores mentales son un buen ejemplo de eso... mmh, hablando de todo un poco Racúl todavía me debe seis melones azules... En fin, con eso te das una buena idea de cómo son las cosas aquí.
- Creo que voy entendiendo
- Sin embargo, eso no es todo. La realidad también funciona como bastidores de la irrealidad. Ustedes, más o menos conscientemente, trabajan para nosotros.
- ¿Cómo?
- Este lugar está soportado por sus mentes y sus cuerpos. Y hasta me atrevería a decir, sus tierras.
- Sigo sin entender
- Nuestros mundos están apoyados espalda con espalda. Es difícil de explicar, con eso debería bastarte. No pueden existir el uno sin el otro. El problema es que no es estrictamente necesario que los habitantes crucen de un lado al otro. Es... saludable, pero no imprescindible. Y la gente de la realidad perdió el interés en este lugar. Creo que pronto ya nadie sabrá de su existencia.
- ¿Y qué va a pasar?
- No mucho. Por nuestra parte, el trabajo será un poco más difícil. No tendremos intercambio, no será tan fácil saber qué está bien y qué está mal. Como consecuencia su mundo se volverá un poco más torpe, más adormilado... menos interesante.
- ¿Se puede hacer algo al respecto? ¿podría volver a la realidad y explicárselo a todo el mundo?
- Es poco probable que te crean. Además, no podrías traer a nadie para que lo vea.
- ¿Por qué?
- Me extraña que justamente vos preguntes eso
Aguardó con cautela la respuesta de Migápoda, aunque ya tenía una idea de lo que diría.
- Venir a la irrealidad no es simplemente tomar un tren, ya te lo habrá dicho tu abuelo.
La sola mención de se querido abuelo le producía un vacío en el pecho.
- Para venir aquí la mente tiene que estar preparada. Tiene que estar abierta al hecho de que no todo es lo que parece, y que hay cosas que escapan a su realidad, tan concreta, tan fáctica...
No le sorprendía lo que decía Migápoda. Toda su vida había sido así. Con la cabeza un poco en las nubes.
- Y por sobre todas las cosas, para venir a la irrealidad hay que tener curiosidad. La sed de conocer. Si no me equivoco, sabés de lo que hablo. Después de todo, vos llegaste acá buscando una respuesta.
Migápoda tomó su silencio como una respuesta afirmativa.
- Bien. Es tarde, podés descansar en la choza a mi derecha, ahí encontrarás algo de comida también. Dejame investigar un poco, y mañana hablaremos de qué podés hacer para volver a tu casa.
- Muchas gracias Migápoda.
- Descansá, nos vemos aquí mismo mañana por la mañana. Te mando un anastimacta para que te despierte. ¡Buenas noches!
Tan súbitamente como apareció, Migápoda se enterró envuelto en una nube de polvo, dejando el suelo tal y como estaba antes.
El interior de la choza apenas tenía espacio para un montoncito de heno, una fogata y unos cacharros. Encontró una pequeña olla con una especie de guiso amarillo, de muy buen aroma. Comío con ganas, a pesar del sabor un tanto ajeno de la comida. Se acomodó como pudo en el suelo, y mientras el sueño lo vencía, las palabras de Migápoda resonaban en su cabeza. Una respuesta... había venido a buscar una respuesta, y la obtuvo en la Oficina. ¿Por qué no podía volver a casa?.

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