lunes, junio 08, 2009

Elementales III

Un agudo dolor en la nariz lo sacó del sueño ligero que había finalmente alcanzado. Al abrir los ojos vio un pequeño ser no más alto que un pie normal, de piel roja y azul, que lo pellizcaba con una manito de uñas afiladas.
-¿Eh? ¿qué pasa?
El individuo sacó un papelito de un morral minúsculo y se lo ofreció.
-Migápoda te espera- leyó en vos alta. -Gracias!-
El tipejo saludó con unos ademanes raros y salió corriendo de la choza.
Tardó unos segundos en recomponer su situación, y en recordar todo lo que había sucedido el día anterior. Realmente parecía como si hubiera pasado toda una semana.
Se incorporó lentamente estirando uno a uno sus miembros para disipar el dolor. Dormir acurrucado en el reducido espacio de la choza tuvo sus consecuencias. Tenía frío, y sentía que había absorbido toda la humedad del suelo. Salió al encuentro de la mañana violácea y brumosa, y se dirigió a la fogata más cercana, justo el lugar donde Migápoda había aparecido la noche anterior.
Vio acercarse un cuenco desde quién sabe dónde, conteniendo un espeso líquido verde. El cuenco se detuvo a su lado. Al levantarlo encontró debajo otra anastimacta azul y roja, que luego de una pequeña reverencia volvió por donde había venido. El líquido tenía gusto a flores viejas, pero no le importó: al menos estaba caliente.
Tal como había sucedido antes, Migápoda surgió repentinamente del suelo, envuelto en una nube de polvo.
-¡Buen día viajero!, confío en que pasaste una buena noche...
-Ssssi, gracias.
-Bueno, mientras disfrutás tu lajbajek, te cuento las novedades. Hablé con mis superiores, que consultaron por tu caso. Las noticias no son las mejores.
Sintió cómo el menjunje ya tibio se anudaba en su garganta.
-¿Q... qué pasó?
-Las salidas a la realidad están cerradas. Lo que sospechábamos ayer es un hecho.
-Y... ¿y yo qué hago?- dijo con desesperación
-Bueno, hay dos alternativas: una es que te quedes aquí con nosotros. En Pliconio te recibiríamos con los brazos abiertos.
No sin espanto miró a su alrededor. Habiendo llegado de noche y cansado, casi no había reparado en el aspecto de Pliconio. Diversas criaturitas correteaban entre las chozas, chocándose entre sí y cayendo al suelo, embarrándose, y volviendo a incorporarse para seguir. El aroma era francamente penetrante, parecido al de un establo... uno sin mantenimiento regular. Las pequeñas residencias, cuyo confort ya había experimentado, se extendían grises haciendo juego con el opaco cielo de la mañana. La perspectiva de vivir en el pueblito no era muy alentadora.
-Estoy muy agradecido con ustedes, realmente aprecio la oferta. Y... ¿cuál es la otra alternativa?
-La otra opción es la más difícil. Podés apelar directamente a los Elementales.
-¿Quiénes son los Elementales?
-Son quienes gobiernan la Irrealidad. Mis superiores me dijeron que si encontrás a los Elementales, tal vez escuchen tu caso y te ayuden a volver.
-¿Si los... encuentro?
-Si. Los elementales son muy... elusivos. Muy pocos los han visto. Sería un privilegio para vos poder hablar directamente con ellos. Se te concede que los busques por lo especial de tu situación.
-¿Y cómo hago?- sentía que su desesperación sólo podía crecer.
-Es una travesía difícil. Por eso te dije que es la alternativa más complicada. Nosotros te vamos a proveer de lo que necesites, y seguramente en el camino encuentres otros pueblos tan hospitalarios como este. Pero vas a estar mayormente solo. Tendrás que atravesar grandes extensiones de la Irrealidad, y te digo sinceramente, muchas veces sin un rumbo definido. Y cuando sea el momento... ehem, y con un poco de suerte, podrás hallarlos... bueno, tal vez a uno de ellos... ojalá... esto... sí.
Migápoda parecía realmente contrariado, como si se compadeciera de su situación.
Con un gran suspiro dijo:
-Bueno, a buscar a los Elementales, entonces.
-S... ¿seguro?. Viajero, nosotros te recibiríamos en Pliconio sin inconvenientes; es más, sería un honor. En poco tiempo te adaptarías a la buena vida que llevamos aquí. Pensalo un poco al menos, ¿sí?.
Era evidente que Migápoda consideraba muy difícil que él encuentre a los Elementales. Pero no podía dejar que eso lo descorazone. Quería volver sí o sí a su casa, y esa era la única forma. Mientras hubiera esperanza de volver, haría lo que sea.
-Sinceramente te agradezco Migápoda, pero realmente deseo volver a casa. No importa cuánto tenga que buscarlos, voy a hablar con los Elementales. Ahora, necesito que me digas por dónde empiezo, y cómo son... cómo puedo identificarlos.
-Está bien, comprendo -dijo Migápoda con cierta resignación-. Los Elementales son los regentes de la Irrealidad, cuatro pilares que nos gobiernan, y a la vez, que sustentan parte de la Realidad. Probablemente sus nombres te resulten conocidos. Allí los llaman Aire, Tierra, Fuego y Agua.
-Entiendo.
-Aquí los vemos de una forma, y en la Realidad se ven de otra. Se pueden manifestar de muchas maneras. Pueden soplar, caer del cielo, elevarse, extenderse, filtrarse, o tal vez los podés encontrar por un sendero, caminando.
Con desazón se imaginó a sí mismo deambulando eternamente por grandes llanuras, persiguiendo al viento, hablándole a una fogata y preguntándole a la gente en los caminos si son el agua.
-Y... ¿cómo hago, Migápoda? ¿qué voy a hacer?- dijo echándose de bruces en el suelo.
Migápoda parecía pensativo. Luego de unos momentos de silencio, le dijo en voz baja:
-Te voy a prestar algo, pero no le digas a nadie, ¿sí?.
El cuerpo de Migápoda se revolvió un poco, y desde su interior extendió una raíz con un pequeño objeto en la punta.
-Esta es la luz de Kotara.
Tomó entre sus manos el objeto. Era un pendiente hecho de algo similar al oro, con un cristal geométrico verde en la punta.
-Las autoridades le dan la luz de Kotara a aquellos que asumen como gobernantes de una región. Es algo solamente ornamental, pero tiene una curiosa propiedad: cuando las fuerzas elementales son intensas, comienza a brillar.
Maravillado, examinó el pendiente por todos lados, exclamando:
-¡Muchas gracias Migápoda!
-¡Shhh! ¡no la muestres!. Supuestamente, nadie excepto los gobernantes pueden llevar la luz.
-No sabés cuánto te agradezco esto. Ahora tengo esperanzas de volver a casa. ¡Gracias!
Hubiera jurado que el montículo de piedras y tierra sonreía.
-Bueno, no es nada, sólo trato de ayudar. ¡Devolvémelo cuando termines! ¿eh?.
-Si, por supuesto. Ahora perdoname, pero quiero salir a buscar a los elementales ya mismo.
-Bien, bien, no te demoro más. En la choza vas a encontrar las provisiones que te armamos para que comiences tu viaje.
-¿Sí? ¿tan pronto? pero...
-No te preocupes viajero; traté de disuadirte, pero supe desde el principio que nada iba a impedir que vayas tras los Elementales. Después de todo, saliste a buscar una respuesta y llegaste hasta aquí, ¿no?.
Sin esperar una contestación Migápoda se hundió nuevamente en el suelo, diciendo con voz cada vez más débil:
-¡Suerte viajero! ¡Los mejores augurios!.
Otra vez solo, pensando en la última frase de Migápoda, miró el pendiente verde en su puño. Lo puso en un bolsillo del pantalón, y con paso lento pero decidido se dirigió a la choza a buscar las provisiones.

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