martes, enero 22, 2008

Reprise

A veces uno cree estar haciendo lo correcto. Incluso a pesar de que eso vaya en contra de los propios sentimientos. ¿Está bien? ¿está mal?. Difícil de decir. Lo bueno es que algunas veces, con el tiempo, las cosas se acomodan en su lugar.
Este es un post que borré cuando creí que tenía que dejar de lado lo que sentía por P.S., cuando decidimos dejar de vernos. Afortunadamente las cosas se acomodaron. En el interín dije y desdije esto sobre ella:

Conocer

Hoy no había post. De veras. Pero me pierdo en palabras, palabras, palabras que bajan en espiral y se borran.
¿Conocer? ¿A quién querés conocer Damián? ¿Dónde quedaron tus firmes convicciones adolescentes? "Estamos solos, es imposible conocer realmente a alguien", "la gente no cambia" y, uff, "el tiempo no existe". ¡Que transitividad!. Alguien te desconoce por tus palabras, y vos a la vez querés conocer por otras.
"Estás distinto". Hell yes.
Quiero conocer (te) quiero conocer.
Me quiero comer tu vida como un pacman. Para saber. Porque sigo siendo el mismo enfermo que decía que no se puede conocer a alguien, pero lo decía con resentimiento, y esperando que no fuera así. Ya sé que no es necesario, pero es casi un vicio. Y no puedo tomarlo en gotas, de a poco, como haría con una amistad.
Reaccioná, loco. No hay más que esto.

martes, enero 08, 2008

Cosecha


El cosechador de inconformidades vivía en la irrealidad. Lo conoció en su último viaje en tren, cuando regresaba a la realidad entre fogonazos blancos y pastizales púrpuras, luego de su consulta en la Oficina de Informaciones Varias.
Era un hombre pequeñito, de manos rurales, pelos y rala barba blanca, y de expresión serena y cansada. El diálogo fue corto, el cosechador no se dirigía a la realidad; se bajó en una pequeña estación en el medio de un extraño campo.
La memoria del cosechador era de algún modo laxa. Creía provenir de una región remota de la irrealidad, una tierra de agricultores donde los aljibes proveen plata líquida, buena para fertilizar.
Había trabajado tanto tiempo en esta zona, que ya no recordaba bien su tierra natal. Además, claro, su memoria se veía seriamente afectada por su trabajo: el cosechador levantaba inconformidades.
"Verás, las inconformidades son como un veneno. Las corto, las guardo en mi bolsa, pero siempre algo queda en las manos".
El cosechador recorre la parcela y corta las inconformidades de la gente de la realidad, pero nunca de raíz. "Siempre vuelven a salir, siempre florecen... es ingrato".
Creyó entender que es un trabajo de equilibrio. La gente, sin sus inconformidades no querría hacer nada. Y si las inconformidades creciesen desmedidamente, consumirían todos los nutrientes y secarían todo alrededor. No estaba seguro de que el hombrecito coincidiese. Para él sería mejor que desapareciesen.
¿Quién lo hubiese dicho?. Todavía le quedaba algo para aprender de su corto viaje a la irrealidad. El tren paró en la pequeña estación, y el hombrecito se alejó con pasos cortos, sacando sus herramientas del morral, en dirección a los surcos plagados de cabezas humanas de plástico, que ya dejaban asomar pequeñas plantitas azules en inflorescencia.

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