martes, abril 24, 2007

Vengadora III

Después de un hiato importante, el obstinado regreso de mi... coso este.

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viernes, abril 20, 2007

Aroma

Solía pensar que la memoria olfativa es la más fuerte. Si bien ahora no estoy seguro de eso, sigo pensando que es la más específica. Tal vez uno no recuerde con certeza el aroma de la casa de su infancia, o el de cierta persona cercana. Pero en el instante en que se lo percibe, el recuerdo se precipita con ímpetu a la superficie. Como al sentir pasajeramente un olor en la calle. La ciudad es agresiva con respecto a esto, ya sea por la superposición y continuidad de comercios, o por las personas en sí mismas. Recuerdo que mi amigo Val me comentó cierta vez que lo que más le disgustaba de trabajar en un cyber era el constante ataque al olfato. La gente que ingresa, continuamente trae su olor. Uno tras otro tras otro... No necesariamente eran olores desagradables de por sí; lo chocante era el bombardeo de información.
El aroma de las personas es muy específico también. Y es muy importante. Sentir el olor de la persona que uno quiere es hermoso. Llena por dentro, provoca una sensación indescriptible. No quiero entrar en el terreno científico y hablar de las feromonas. Si bien éstas pueden estar relacionadas con dicha sensación, creo que hay más que eso. La atracción es imposible sin este condimento. Cierta vez hablé con un amigo de esto, y me contó que en una ocasión estuvo con una chica cuyo aroma le disgustaba. No era un mal olor, era algo natural; simplemente no le agradaba. Está de más aclarar que tener sexo con ella fue una experiencia muy poco gratificante.
Percibir el aroma de quien uno desea, por supuesto, es todo lo contrario. Sentirlo en la ropa, en las sábanas, en las manos, casi trae de nuevo el contacto de la piel. Sentirlo en otra persona por la calle duele, porque no está ahí.
No tengo una verdadera conclusión para todo esto. Solo lamento que en este momento mis manos no huelan de cierto modo.

martes, abril 03, 2007

Yodo

El paraguas me engañó nuevamente, cruzando su maltrecho rayo en una suerte de despliegue a contramano. El chorrillo de agua me regó la sien, y con resignación me paré, amurado contra el pilar, a cerrar y escurrir el dispositivo. ¿Qué tal si me quedo acá?. Con un poco de suerte nadie va a notar mi ausencia. Hace frío, pero este lado del pilar no recibe tanta lluvia. Podría...
Me perdí mirando la canaleta juntar agua. Me perdí mirando la superficie del arroyito. Las luces naranjas, siempre las luces naranjas de yodo, el alumbrado reflejado en el charco, y el ruido de las cubiertas de los autos sobre el asfalto mojado. La vida se reduce a esto. A las noches de lluvia en esta calle. Siempre.
El chirrido de los frenos mojados del colectivo, y el soplido de las puertas hidráulicas. Las gotas naranjas en el vidrio, gotas de yodo. El olor del barro sobre la goma, y el ruido del calzado en el pasillo. El aroma sobado a cuero sintético de los asientos, y la tinta del boleto en los dedos. Primera, segunda, tercera, freno. Puerta, tarjeta, sonido a boleto y asiento. Uno, y otro, y otro. La puerta se abre y baja alguien. Entra el frío y el ruido de la calle.
Si, estaba en el colectivo otra vez.