martes, julio 31, 2007

Pragmatismo

La gente que trabaja conmigo es pragmática. Ellos hacen las cosas con determinación. Y usan sólo las palabras que necesitan. Es decir, tienen un vocabulario aceptable, pero sólo contiene las palabras que les sirven para algo. Me da la sensación de que no perderían el tiempo en otras.
Y no son exigentes estéticamente. Prolijos, si, es condición sine qua non. Pero creo que la belleza no les interesa. Todo esto no lo digo despectivamente. De hecho el más repudiable soy yo, que al final no estoy ni de un lado ni del otro...

jueves, julio 19, 2007

Consulta


Se tomó un tren hacia la irrealidad, como primera medida. Apeló a su capacidad para encontrar el camino hacia ese paralelo, donde la vida se ve como desde bastidores. Ese viaje de fogonazos blancos, cuyo comienzo nunca es claro, culminó en la vereda frente a la Oficina de Informaciones Varias.
El amplio salón central bullía de gente transportando papeles y objetos extraños. Las columnas jónicas se alzaban a los lados llegando hasta el techo abovedado, que se ocultaba tras tenues nubes. Sacó número. 54364. El enorme contador de rodillos que se alzaba sobre las ventanillas en frente suyo estaba fijo en 00017, y no parecía tener intenciones de moverse. Faltaba mucho.
¿Qué más remedio?. Se sentó en una silla de imitación cuero negro, última de una fila interminable que se perdía hacia la nave oeste del edificio. A su lado, un anciano movía lentamente la cabeza de arriba hacia abajo, con las manos descansando sobre un bastón de caña.
- ¿Emm, hace mucho que espera?
- ...
- ¿Señor?
- ...
Dándose por vencido, decidió simplemente aguardar. Veinte minutos después la impaciencia lo pudo, y se dirigió a la primera ventanilla libre.
Una mujer de mediana edad y rodete lo observaba desde el otro lado del vidrio. Al verlo acercarse colocó un cartelito en el orificio por donde pasan los papeles, que rezaba "Cerrado".
- Hola, ¿le puedo hacer una consulta?
Como única respuesta, la mujer señaló el cartel y se perdió en la desordenada oficina a sus espaldas.
Sin resignarse, pasó a la siguiente ventanilla, donde un viejo con tiradores y visera verde miraba el vacío con expresión absorta.
- Buenas tardes, le quería hacer una...
Algo andaba mal. Desconcertado, miró sobre su hombro, hacia las sillas donde había estado sentado hace un rato. ¿No era este el mismo viejo con el que había tenido aquella breve e infructuosa charla?. No había nadie en las sillas.
Aún con serias dudas, decidió ahorrase el fastidio y se corrió una ventanilla más. Casi previsiblemente, allí estaba la misma mujer de la primera ventanilla, pero con una blusa verde agua en lugar de la fucsia que llevaba puesta momentos antes.
- Hola... ¿está abierta esta ventanilla?
- ¿Usted qué cree?
- Ehh bueno, no veo ningún cartel ni...
- Bueno, ¿entonces?
La mujer estaba siendo muy descortés, pero al menos alguien le dirigía la palabra.
- Todavía no salió mi número, pero como no vi nadie pensé que...
- Adelante- interrumpió secamente la mujer.
Habiendo esperado una negativa casi segura, quedó sorprendido.
- Ah si, bueno, yo... quería consultar, digo, hacer una consulta de... por... bueno en realidad...
- Mire, no me haga perder el tiempo, que hay mucha gente esperando ser atendida -dijo la mujer señalando vagamente en dirección a las sillas.
Miró hacia atrás, pero en esos momentos la sala parecía particularmente desierta.
- Bueno... mi consulta es la siguiente: ¿cuál es mi objetivo en la vida?.
Con aire aburrido, la mujer dijo
- ¿Apellido?
- Salighieri
- ¡VANEGAAAS!
Inmediatamente, entre los escritorios apareció un hombre increíblemente bajo, con raya al medio y bigotes.
- Vanegas, alcánceme el formulario TTRID-224991-232161, es el tomo Ru - Se.
Asintiendo con la cabeza, el hombre desapareció tras una fila de abarrotadas estanterías. En un par de minutos regresó con un bibliorato lleno de polvo, con hojas amarillentas. La mujer lo hojeó unos momentos y preguntó:
- ¿Salgado era?
- Salighieri
Pasó otro par de hojas y dijo:
- Bien, acá está, ¿qué quiere saber?
- Qué se supone que tengo que hacer con mi vida.
- Mmmahá -dijo sin levantar la mirada del libraco.
- ¿Qué?- preguntó tratando de leer el papel que miraba la mujer. Esta, clavándole una mirada aprehensiva, inclinó levemente la carpeta para impedírselo.
- Aparentemente -dijo ella marcando las sílabas- usted no tiene que hacer nada.
- ¿Cómo nada?
- Así es. Nada. No libro. No hacer feliz a otros. No empresa exitosa. No fama. No revelación espiritual. No logros deportivos. No trabajo destacado. No reconocimiento. No liderazgo. Usted, señor Salmonte, no tiene que hacer nada relevante.
- Eh...
- ¿Eso es todo? Bien, buenas tardes- DIECIOCHO!
- ¡No! ¡Momento! ¿Qué quiere decir con "nada"? ¿Qué voy a hacer?
- Su consulta ya terminó, y de todos modos yo no le puedo dar más información que la que ya le dí. Hágase a un lado por favor.
Recibió el empujón de un hombrecito de traje y sombrero verde, apenas más alto que Vanegas, muy parecido, pero sin bigote. Este se puso en puntas de pies y comenzó a preguntarle a la mujer:
- ¿Qué tal? Mire, mi cuñado me trajo a casa una batería de auto, porque parece que el jueves...
Desorientado, se alejó de las ventanillas y se desplomó sobre una de las sillas negras. ¿Qué haría ahora?. Si la respuesta no estaba en la Oficina de Informaciones Varias, no estaba en ningún lado.
- No tengo que hacer nada con mi vida.
Pensativo, repitió:
- No tengo que hacer nada con mi vida.
Lentamente comenzó a hilvanar una idea. No tenía que hacer nada con su vida. No estaba obligado a esforzarse por alcanzar un objetivo. Nada le había sido confiado. Nada se esperaba de él por anticipado. Ese pensamiento lo hizo muy feliz. Era libre de hacer lo que quisiera.
Tomó el tren de regreso, que a moderada velocidad volvía a la realidad, entre pastizales púrpuras y fogonazos blancos. Lleno de alegría, miraba por la ventana pensando en qué delicioso emprendimiento personal comenzaría al llegar a casa. Saber que era dueño de lo maravilloso o de lo desventurado de todo lo que hiciese de ahí en más era lo mejor que le había pasado.
La gran desventaja, claro, fue el tiempo que perdió hasta darse cuenta.

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